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Todos tenemos malos pensamientos a veces. Es algo natural. Al fin y al cabo, nuestro proceso de pensamiento está influido por nuestras experiencias, y esas experiencias pueden ser tanto positivas como negativas. Pero cuando el pensamiento negativo se convierte en la norma, provoca todo tipo de problemas, como ansiedad social, baja autoestima e incluso depresión. Para evitar graves consecuencias, debemos comprender cómo funciona el pensamiento negativo y las formas en que puede controlarse.
Por qué se produce el pensamiento negativo
Nuestro proceso de pensamiento está estrechamente ligado a cómo nos sentimos con nosotros mismos. Cuando estamos contentos con todo, tiende a reflejarse en nuestros pensamientos. Si estamos contentos, podemos pensar de forma más positiva sobre nuestra carrera, nuestras relaciones personales o nuestra apariencia. Por el contrario, si estamos ansiosos o infelices, es más probable que tengamos pensamientos negativos. Éstos pueden estar relacionados con el estrés en el trabajo, nuestros complejos o las dudas sobre la lealtad de los amigos.
En los años setenta, el psicólogo Aaron Beck sugirió que los patrones de pensamiento negativos, a los que llamó «esquemas negativos», refuerzan las emociones desagradables. En su libro Terapia cognitiva y trastornos emocionales, explicaba que el contenido de nuestros pensamientos afecta a nuestro estado de ánimo. Es un círculo vicioso: si ya te sientes ansioso o deprimido, ceder a los pensamientos negativos puede empeorar tu estado.
A lo largo de los últimos 50 años, una gran variedad de psicólogos se han basado en el trabajo de Beck. Algunos han señalado que la «distorsión cognitiva de la interpretación negativa» puede ser un factor que prolonga el estado de ánimo depresivo. Otros realizaron un estudio que demostró que, en los estudiantes, los pensamientos involuntarios estaban estrechamente relacionados con la autoestima.
Por lo tanto, si usted se entrega regularmente a pensamientos negativos, puede empeorar su ya frágil salud mental y provocar bajo estado de ánimo, baja autoestima y ansiedad.
Peor aún, la tendencia a pensar negativamente aumenta la probabilidad de que te pases todo el tiempo analizando errores pasados y dándole vueltas a las derrotas. El sesgo negativo, es decir, nuestra predisposición a centrarnos en las experiencias negativas, nubla nuestros puntos de vista y nuestro juicio. Cualquier decisión empieza a parecer más grave de lo que realmente es, lo que nos dificulta comprender cómo afrontar situaciones difíciles.
La depresión y los pensamientos negativos están interconectados y se refuerzan mutuamente. Cuando ambos están presentes, se desencadena un ciclo de «malos pensamientos – mal humor». Para romper este círculo vicioso y evitar la trampa de los prejuicios negativos, necesitarás la capacidad de reconocer y afrontar los patrones de pensamiento no deseados.
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